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domingo, 26 de septiembre de 2010

No es tan facil ser niñera cap 10




Capítulo X: Nublado.

"El mundo se está quedando sin genios: Einstein murió, Beethoven se quedó sordo y a mí me duele la cabeza"

.

Hasta aquel momento, no se había dado cuenta de lo evidente. Bella era… ella era… no habían palabras para describirla. Aquella mezcla de sarcasmo, mal humor y poca predisposición para su cita la hacían la conquista perfecta; pero, ¿aquel beso?, eso sí había sido increíble. Edward siempre había sido un chico astuto y tenaz, y se había dado cuenta que una de las debilidades de Bella era su orgullo; por supuesto, el muchacho siempre se metía con él cuando deseaba obtener algo. Desde la apuesta, Edward se encontraba al corriente de que no había nada como un buen reto para que Bella accediera a cualquier cosa. Claro, demás estaba decir que esa noche no había sido la excepción.

¡Y suerte que no la había sido!

Una sonrisa ladina se posó en su boca, mientras se encontraba estirado en el sofá, donde la joven Swan lo había dejado minutos antes. Aún sentía los labios adoloridos y estaba seguro de que debía intentar eso de los tirones de cabello con Tanya, o Lauren… o quizás con Rachel; aunque tenía la extraña certeza de que ninguna de ellas conseguiría el mismo efecto. A pesar de que tenía un leve dolor de cabeza, aquello le había agradado demasiado. Y aquel beso… ¡Dios, aquel beso! ¿Quién hubiese dicho que la santa Bella Swan pudiera besar así? Se prometió a si mismo que, sin importar la situación, volvería a besar esos labios de aquella peculiar forma.

Estaba pensando cual podría ser la reacción de la joven en otras situaciones, cuando escuchó el sonido del timbre. Frunció el ceño, confundido, y se puso de pie. Se dirigió hasta la puerta y la abrió, encontrándose con una desalineada y frustrada Bella.

Sonrió de lado.

—¿Qué sucede?, ¿has venido a por más? —preguntó engreídamente.

—Cullen, necesito que me abras la puerta de calle, ahora —expuso Bella, con su tono más frío.

Edward contuvo una carcajada, ya que ni siquiera había pensado en ello. Pobre Bella, no había tenido otra opción que volver.

—Eh, nana, tranquila; podemos quedarnos un rato más aquí —comentó el muchacho casualmente, ocultando la sonrisa que intentaba formarse en sus labios.

—Me quiero ir a mi casa ahora mismo, no quiero quedarme aquí —aseguró la joven Swan, mirando desafiantemente a su acompañante.

Edward se encogió de hombros. Realmente, no tenía ganas de seguir gastando sus energías en algo que, de momento, sabía que no se daría. Ya había conseguido un progreso demasiado grande esa misma noche; además, el dolor de cabeza seguía allí, molestándolo. De seguro era hora de dormir un poco y despreocuparse de todo el asunto.

Los dos jóvenes subieron al ascensor, apoyados en paredes opuestas. Edward abrió la puerta cerrada del edificio y caminó hasta su Volvo, permitiéndole a Bella la entrada al lado del copiloto. Ella, aún en aquel plan de ignorarlo, se subió a su lugar. El muchacho ocupó la posición del conductor y, mientras su acompañante se entretenía mirando por la ventana, comenzó a abrirse paso por las calles de la ciudad. Cuando estaban a mitad de camino, comenzó a sentirse levemente mareado y somnoliento. Se detuvieron ante un semáforo en rojo y el joven se llevó una mano a la cabeza. Debía ser el sueño, seguro.

En algunos minutos, llegaron al apartamento de Bella. La joven se volvió para mirar, tímidamente, a su acompañante. Lucía notablemente sorprendida, posiblemente por el hecho de que él no había realizado ningún tipo de comentario durante todo el viaje. Tan sólo se sostenía la cabeza con cansancio, respirando pesadamente.

—Edward, ¿estás bien? —preguntó Bella suavemente.

—Sí, sí, estoy un poco mareado. Dolor de cabeza, nada más —respondió el joven, apoyando su nuca contra el respaldo de su asiento y cerrando los ojos.

—No es conveniente que manejes así —apuntó la muchacha, con desaprobación en su voz.

—Me quedaré aquí unos minutos, ya pasará —aseguró Edward, pero la joven no parecía tan segura de ello.

—Sube, te daré una aspirina —ofreció Bella, casi con resignación.

Edward giró el rostro para regalarle una sonrisa ladina, pero cansada.

—¿No encuentras una mejor excusa para meterme en tu apartamento? —preguntó.

—No hagas que me arrepienta —pidió, rodando los ojos, para luego bajar del coche.

Edward comenzó a seguir a la muchacha, mientras ésta se encargaba de buscar las llaves de su casa. Cuando se encontraban ya en el ascensor, Edward apoyó su frente contra el frío metal de la pared, sintiendo su cabeza pesada pero aliviada. Pudo ver, por el espejo, la mirada confundida de Bella. Le regaló su mejor sonrisa, aunque no estuvo seguro de cómo pudo lucir la misma, ya que el rostro de la joven Swan se veía preocupado.

El apartamento de Bella, como Edward lo recordaba, era puro orden y pulcritud. Tambaleándose un poco, consiguió sentarse en el amplio sofá de cuero. Dejó caer la cabeza hacia atrás y cerró los ojos, en el momento en que sentía que todo lo daba vueltas.

—Edward, tienes mal aspecto —comentó Bella. El muchacho abrió los ojos y la vio más cerca de lo que esperaba. La suave mano de la joven se apoyó contra su frente, pero se separó al instante—. ¡Dios, estás muy caliente!

—Nunca me lo habían dicho tan directamente —bromeó Edward, con voz ronca, mientras volvía a cerrar los ojos.

Aún sin verla, pudo imaginarse como Bella rodaba los ojos.

—De hecho, tengo frío —comentó Edward sinceramente—. Mucho.

—Iré a buscar una manta y algo para que puedas tomar —dijo Bella—. Quédate ahí.

El joven obedeció. De hecho, aunque hubiese querido irse, no estaba seguro de haber podido moverse. Poco tiempo después, Bella lo cubrió con una manta, le dio un té y, cuando lo hubo terminado, lo obligó a acostarse a lo largo del sofá. Luego colocó en su frente unos paños fríos, los cuales le provocaron unos horribles escalofríos. Se removió en el improvisado lecho, soltando unos quejidos suaves; hasta el momento no se había dado cuenta de lo mal que se sentía. Percibió como Bella ponía algo entre sus labios y, de forma inconciente, sacó la lengua, tragándose lo que parecía ser una pequeña pastilla.

—Eso, por lo menos, debería calmarte un poco el dolor de cabeza —comentó Bella, aún con aquel tono preocupado.

—Gracias —murmuró Edward, escondiendo su cabeza en un hueco del sofá. El paño se deslizó, pero Bella volvió a acomodarlo en su lugar.

Edward escuchó ruidos particulares en su estado de poco conciente: golpeteos, el sonido de una ducha, algún que otro suspiro y las ocasionales preguntas de Bella, que quería saber si se encontraba bien. Después de dormitar por unos segundos, se incorporó, sumido en la oscuridad de la sala. Miró hacia el frente, donde se encontraba Bella, sentada en una silla. Su cabeza estaba inclinada hacia delante, tapando un poco su rostro, y sus ojos se encontraban cerrados. Edward sonrió de lado, pero la que tenía en su rostro era una sonrisa sincera.

Con pasos aún algo tambaleantes, se dirigió al baño y se humedeció un poco la frente y las mejillas, con el fin de despejarse. Cuando sintió que el suelo dejaba de dar vueltas bajo su cuerpo, comenzó a caminar con toda la seguridad que pudo reunir. Con cuidado, levantó el cuerpo inerte de Bella y, con pasos lentos y torpes, la cargó hasta su cama. La depositó allí, balanceándose peligrosamente en el proceso, y luego se dejó caer sobre el pequeño sofá ubicado en una esquina de la habitación. Echó la cabeza hacia atrás y se quedó allí, dormitando silenciosamente. Entonces, escuchó la voz de Bella y alzó la cabeza.

—No, Angela, debes estar loca… —el tono de Bella sonaba áspero y bajo. Pudo ver que la joven seguía dormida.

Edward sonrió tenuemente. ¿Acaso Bella hablaba en sueños?

—La que necesita un polvo eres tú, déjame —murmuró Bella, con tono enfuruñado y débil.

El muchacho tuvo que aguantar sus ganas de reír, sorprendido con las palabras de la joven Swan.

—Edward… —susurró la muchacha. El aludido, sorprendido, alzó un poco más la cabeza, irguiéndose en su asiento— déjame en paz.

El joven Cullen sonrió de lado, mientras se dejaba caer otra vez contra el respaldo del sofá.

—No, Angela, déjalo. Que me deje en paz y ya —murmuró Bella, girando suavemente por la cama. El muchacho estaba atento a cada uno de sus movimientos y palabras—. No, no me importa que Edward esté bueno.

El joven no pudo evitar soltar unas risitas.

—Hum… —Bella murmuró algunas cosa inteligible y luego giró, quedando boca abajo en la cama.

Edward se quedó apoyado contra el sofá, aún con una sonrisa plasmada en su rostro. No sabía a ciencia cierta cuánto tiempo había estado allí, pero sentí la cabeza pesada y, con la manta alrededor de su cuerpo, aún tenía algo de frío. Gruñendo, giró un poco para cambiar de posición. Entonces, vio a Bella sentada en medio de su cama, algo desconcertada. La muchacha gateó hasta el borde del lecho y, después de bajar de él, se sentó en el piso, frente a Edward.

—Hey, ¿estás bien? —preguntó suavemente.

—Algo —murmuró el muchacho. La realidad era que no se sentía para nada bien.

Bella suspiró, apoyando una mano en la rodilla del joven.

—Mira, se supone que tú no estabas conmigo —comentó Bella—. Creo que lo mejor que podemos hacer es esperar a que sea de día, llamar a Jasper o Emmett y llevarte a casa de alguno de ellos —expuso la joven—. No quiero que tus padres se preocupen.

Edward asintió.

—Es un buen plan —murmuró, no muy seguro de lo que había dicho su acompañante.

Bella se sumió en un profundo y nervioso silencio, cuando los ojos verdes y brillantes de Edward la escanearon por unos cuantos segundos. La muchacha desvió su vista hacia una pared y el joven Cullen pensó que lo hacia con demasiada frecuencia.

—De acuerdo, son las cinco y cuarto de la mañana —comentó Bella rápidamente—. Esperaremos a las siete y llamaremos a alguno de tus amigos.

—Te recomendaría que llames a Jasper —murmuró Edward, volviendo a su antigua posición, con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados—. Emmett no es lo que se dice… agradable cuando se lo levanta temprano.

—Será Jasper, entonces —afirmó Bella, mientras se ponía de pie—. ¿Quieres otro té? —preguntó suavemente.

—Sería bueno, gracias.

Pronto se hicieron las siete de la mañana y Bella intentó llamar a Jasper, pidiéndole su móvil a Edward. El joven Cullen escuchó que, después de pedirle disculpas unas cuantas veces por despertarlo tan temprano un fin de semana, Bella pasó a explicarle la situación. Jasper enseguida pareció decirle que no había problema, ya que la joven Swan comenzó con una larga ronda de agradecimientos.

Cuando Bella pudo ayudar a Edward a ponerse de pie, lo obligó a que pasara un brazo por sus hombros. El muchacho realmente estaba hirviendo y se encontraba un poco perdido con el entorno. Sólo se dio cuenta de dónde estaba cuando Bella lo ayudó a acomodarse en el asiento del copiloto de su preciado Volvo.

—¿Tú vas a conducir? —preguntó Edward, con voz un poco más débil de lo habitual, aunque con ese tono característico de su voz.

—Sí, ¿crees que tú puedes conducir así? —preguntó—. ¿Tienes las llaves?

Edward rebuscó en su bolsillo.

—Ten cuidado con mi coche —murmuró, volviendo a acomodarse sobre el asiento.

—¿Tú vas por las calles al doble de la velocidad normal y me dices que tenga cuidado con tu auto? —preguntó Bella, después de haber alzado una ceja—. Claro, claro.

Edward, quien no tenía ni siquiera las fuerzas suficientes para discutir, esbozó una cansada sonrisa de lado y se acomodó en el asiento, sintiendo solamente el movimiento del vehículo y la agitada respiración de Bella. No fue muy conciente del trayecto que realizaron pero, dándole vagas indicaciones a su acompañante, ambos llegaron a la casa del joven Withlock. Edward conocía muy bien aquel lugar, ya que era como un segundo hogar para él. Bella, sin embargo, parecía un poco cohibida al enfrentarse a la magnánima casa, con Edward apoyado contra uno de sus costados. Casi sin observar su teléfono, el joven Cullen marcó el número del móvil de su amigo, quien, pocos minutos después, se encontraba de pie frente a la verja delantera de la casa.

—Tiene la temperatura muy alta —pudo escuchar que decía Bella, en medio de la conversación. Edward tenía los ojos cerrados, evitando que la luz solar acrecentara su dolor de cabeza—. Lo mejor que puedes hacer es ponerle unas compresas frías y hacerlo quedarse en la cama.

—De acuerdo, Bella, no te preocupes —respondió suavemente Jasper, y Edward sintió una mano en su costado—. Yo me haré cargo de él. Gracias por traerlo.

—No, gracias a ti —susurró Bella.

Entonces Edward, quien aún se encontraba con los párpados cerrados, sintió una cálida boca contra su frente. Abrió los ojos rápidamente, sintiendo una puntada en la cien. El rostro azorado de Bella apareció frente a su vista.

—Que te mejores —murmuró la joven Swan, antes de volverse.

—Bella, ¿cómo volverás a tu casa? —preguntó Jasper, confundido.

—Tranquilo, usaré el transporte público —comentó ella, encogiéndose de hombros—. Dejo el Volvo aquí y… bueno, cuando puedas, deberías llevar a Edward a su casa —comentó Bella, tímidamente.

Jasper asintió.

—Sin problemas.

Edward pudo ver a la joven Swan alejarse, mientras su amigo lo ayudaba a ingresar a la casa.

—Te ves mal, hermano —comentó Jasper, cuando ambos subían las escaleras—. Incluso peor que esa vez, en el avión rumbo a Washington…

El joven Cullen lo fulminó con la mirada, sin conseguir un aspecto realmente atemorizante. No quería recordar aquel incidente.

—Gracias por el cumplido —murmuró Edward, irónicamente—, ¿nunca te dijeron que eres muy observador?

—Oh, sí, me lo habían dicho —respondió Jasper, con una suave risa entre dientes.

Finalmente Edward tuvo la oportunidad de descansar un poco en la cama de Jasper, sin tener que preocuparse por otras cosas. No sabía con exactitud cuando tiempo había estado acostado allí, pero, después de lo que le parecieron sólo algunos minutos, la mano de su amigo estaba moviendo su hombro insistentemente. Abrió los ojos y, después de que estos se adaptaran a la claridad del ambiente, estudió a su acompañante. El dolor de cabeza había disminuido, pero seguía presente; podía sentirlo aún.

—Ed, debemos ir a tu casa —comentó Jasper suavemente—. Le he avisado a tu madre que estás aquí, pero le dije que estaríamos por allí al mediodía.

—¿Mediodía? —preguntó Edward con voz pastosa—. ¿Cómo?, ¿qué hora es?

—Las once y cuarto, Ed —comentó el joven rubio—. Creo que has dormido un poquito —agregó, de forma irónica.

Edward le sacó la lengua, llevándose una mano a la cabeza.

—Tengo la sensación de que me ha pasado una manada de elefantes por encima —murmuró el joven Cullen, con cansancio.

—Te juro que Emmett no ha venido de visita —aseguró Jasper, con tono divertido, ayudando a su amigo a ponerse de pie—. Anda, vamos a tu casa.

Esta vez fue el turno de Jasper de conducir el Volvo. Afortunadamente, él sí sabía manejar al estilo de Edward, por lo que llegaron antes de que el joven Cullen se diera cuenta de ello. Jasper volvió a ayudarlo a andar, atravesando junto a él el jardín delantero. Esperaron frente a la puerta hasta que abriera Esme, quien se lanzó sobre su hijo, totalmente preocupada. Edward escuchó a medias las palabras de su madre, quien, reprendiéndolo por unas cuantas cosas, lo ayudó a llegar al piso superior. El joven fue extremadamente feliz cuando su cuerpo se desplomó sobre su cama.

—Edward, yo tengo que irme a trabajar —avisó Esme, con voz consternada—. Ya he tenido un día libre y es imposible que consiga otro tan pronto —murmuró—. He llamado a Bella para que venga cuanto antes. Ella estará aquí para cualquier cosa que necesites…

En otra situación diferente, Edward hubiese seguido al pie de la letra aquello de «para cualquier cosa que necesites». Sin embargo, en las condiciones en las que se encontraba, prefería que Bella estuviera allí como compañía y nada más. De hecho, sus cuidados habían sido muy agradables esa madrugada. Estaba seguro de que nunca una chica se había preocupado tanto por él…

—Está bien, mamá —susurró, con la cabeza contra la almohada—. No te preocupes.

—Si no lo hiciera, no sería tu madre —comentó Esme, depositando un beso en su mejilla—. Dile a Bella que me llame esporádicamente para informarme como están las cosas.

Edward asintió y hundió más la cabeza en la almohada, tapándose con el pesado edredón. Después de aquello, se sumergió en un pesado sueño. No fue conciente de lo que sucedía a su alrededor, hasta que sintió un peso a uno de los costados se su cama. Un familiar olor a fresas llegó a sus fosas nasales y no necesitó alzar la cabeza para saber de quién se trataba.

—Edward, ¿te encuentras bien? —preguntó Bella, en un susurro.

—Sí —respondió él, en una especie de gemido—, aunque supongo que depende de lo que tú llames «bien».

Sintió la fría mano de Bella pasar por sus cabellos, para luego alcanzar su frente. La muchacha depositó una suave caricia en su mejilla, asegurando, de forma suave, que aún tenía temperatura. Edward, sintiendo un extraño nudo en su garganta, se quedó allí, inmóvil, mientras Bella iba a buscar algunas cosas para intentar bajar la fiebre. Con cuidado, cuando ella ya había salido de la habitación, el muchacho giró sobre la cama, quedando boca arriba. Observando fijamente el techo de la habitación, se preguntó qué demonios pasaba allí.

¿Por qué Bella tenía que portarse tan bien con él y preocuparse tanto, después de que él se había comportado de forma bastante idiota con ella?

Suspiró.

Nunca ninguna chica había hecho eso por él. Y, aunque jamás pudiera admitirlo, había algo en ello que le gustaba mucho.

Ante el pensamiento, se retorció en la cama y una mueca de desagrado cruzó su afiebrado rostro. Sintió una molesta puntada en la cien y su gesto se acentuó más.

Aquel dolor de cabeza terminaría con él.

Duh.

Debía dejar de pensar en estupideces.

1 comentario:

Ada Parthenopaeus dijo...

aaaaaaaaaaaa que cortoooo pobre ed enfermtooo yo tengo un remedio quiza s le interese aa ya quiero leer el otrooo besos

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