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sábado, 3 de abril de 2010

Cap 2 - No es tan facil ser niñera


Toda la genialidad de Twilight es obra de Stephanie Meyer, mal que me pese. Edward, Jasper y todo lo que conocen es de ella. Sólo la locura y la trama me pertenecen.
"No es tan fácil ser niñera"
By LadyCornamenta
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Capítulo XX: Cuestiones de orgullo.
"La única persona que escucha a ambas partes en una discusión es el vecino de junto"
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Se miraban, pero nadie hablaba. Bella parecía casi tan sorprendida como el joven Cullen por las palabras que acababan de salir de su imprudente boca. Edward se quedó moviendo los labios en silencio, frente a una estupefacta Bella, que se había quedado allí frente a él sin hacer más que mirarlo. En todo el tiempo que habían compartido juntos, el joven Cullen estaba seguro que nunca había visto a Bella con esa expresión, que le hacía pensar en alguien que había visto un fantasma. Aunque, posiblemente, él tuviera una muy parecida en su cara.
Entonces, el muchacho, como saliendo de un trance, recordó por qué habían llegado a aquella extrema situación.
—Quiero hablar con Jasper —balbuceó, en un efectivo intento de cambiar de tema.
Bella no respondió ni se movió de su lugar, por lo que el joven Cullen salió de la habitación, sintiéndose un cobarde. Antes que tuviera más tiempo para analizar la situación, se topó con Jasper en medio del corredor.
—Edward, ¿podemos hablar como dos personas civilizadas? —pidió el joven Whitlock.
—¿Ahora quieres hablar? —preguntó mordazmente.
Jasper suspiró y se pasó una mano por el cabello.
—Vamos a la sala, por favor —pidió—. Quiero que hablemos esto como personas adultas.
Los dos muchachos bajaron y Edward apretó sus puños para no hacer cosas de las que después podría arrepentirse. Había una extraña mezcla de sentimientos en su pecho y necesitaba expulsarlas de alguna manera. Realmente no quería gritarle a Jasper, pero sabía que lo haría. Había estado bajo demasiada presión durante los últimos días como para pensar en frío y con objetividad.
Ambos jóvenes se sentaron en los sofás de la sala, rodeados de un cargado ambiente.
—Edward, estoy enamorado de Alice —confesó Jasper, inclinándose un poco y apoyándose sobre sus rodillas.
El joven Cullen, que se encontraba sentado en el sofá opuesto, se puso de pie bruscamente.
—Pero… ¡es mi hermana, Jasper! —balbuceó, presionando luego el puente de su nariz—. ¡Tiene casi cinco años menos que tú! ¡Es amoral!
El hermano de la pequeña Alice observó como su amigo se ponía de pie también.
—¿Justamente  me vas a hablar de moral, Edward? ¡Vamos! —se mofó Jasper—. Esto no es como los juegos que a ti te gusta jugar. Estoy con ella porque la quiero. La quiero como no he querido a nadie y, si lo hemos ocultado, es porque todavía no sabíamos qué íbamos a hacer con esto que sentíamos.
Edward soltó una carcajada irónica.
—¿No sabíais que ibais hacer? —preguntó con sarcasmo—. Por supuesto, ¡porque ella tiene doce años!, ¡doce!
—¿Acaso nunca has escuchando eso de que no hay edad para el amor? ¿Debo ser justamente yo quien te recuerde que no eliges de quién enamorarte?
Edward desvió la mirada con rabia.
—¡Pero Jasper, tienes diecisiete años! —insistió—. Es decir, ¡vamos!, esas cosas se pasarán.
Jasper parecía auténticamente indignado cuando el joven Cullen volvió a mirarlo a la cara.
—Edward, la quiero. No se pasará. Estoy enamorado de ella.
El joven Cullen suspiró frustrado y comenzó a pasearse por la habitación. Mientras se pasaba las manos por el cabello casi desesperadamente, pensando que podría arrancárselo, el muchacho intentaba buscarle una solución a su ataque de ira y al problema que repentinamente se había presentado frente a él. También pensó en Bella, en lo que había dicho, y su ánimo decayó un poco más.
¿Qué hacer cuando los problemas parecían no tener fin?
—No tengo ganas de discutir sobre esto ahora, Jasper —murmuró Edward con abatimiento—; pero debo ser honesto: no quiero que salgas con mi hermana.
Su amigo lo miró incrédulo.
—No voy a perder el tiempo hablando contigo, Edward —aseguró—. Amo a Alice, y no puedes hacer nada para cambiar eso.
Edward ni siquiera se molestó en seguir a su amigo o en acallar la ira que sentía. Se dejó caer al sofá a lo largo de él y gritó contra la superficie, haciendo que su voz sonara ahogada. Se quedó allí intentando comprender lo que pasaba por su mente. Pocas veces en su vida había tenido esa sensación de asfixie; de saber que, incluso cuando había mucho por hacer, no se sentía con las energías suficientes como para hacer nada.
Al día siguiente el muchacho se despertó en el sofá, con uno fuerte dolor de espalda y con una apariencia bastante deplorable. Apenas había algo de claridad en el exterior y descubrió, cuando ingresó en la vacía cocina, que todavía era realmente temprano. Sin preocuparse demasiado por su estado o por el horario, el joven preparó un poco elaborado desayuno y se quedó comiéndolo sentado en la encimera, meditando. Estaba con su tazón de cereales a medio acabar cuando la figura de Bella atravesó la puerta de entrada.
—¿Hace mucho que estás despierto? —preguntó suavemente.
El muchacho negó, sin despegar la vista de su desayuno.
—¿Y tú?
—Alice me ha dejado el cuarto de huéspedes, pero no he podido dormir muy bien… estaba algo ansiosa por el viaje.
Edward lo recordó repentinamente y asintió ausentemente, evitando aún el contacto visual.
Bella preparó el desayuno para el resto de la familia, que parecía un poco más elaborado que lo que usualmente comían. El joven Cullen sabía que ese día ambos tenían clases, pero la salud del padre de Bella podía justificar su ausencia. Edward no tardaría demasiado en convencer a sus padres y podrían…
La música de un teléfono móvil lo distrajo.
Edward llegó a observar como Bella salía de la habitación, con el pequeño aparatito sobre su oreja. Mientras revolvía ausentemente los pocos cereales que le quedaban dentro del recipiente, intentó escuchar algo de la conversación que la joven Swan mantenía. Sin embargo, no necesitó hacer suposiciones mentales sobre la misma, ya que la misma muchacha se encargó de contarle el motivo de la llamada cuando volvió a la cocina:
—Era mi madre —explicó—. Dijo que mi padre ya ha sido operado y que la intervención ha sido exitosa.
—¿Viajaremos hoy? —preguntó el muchacho.
—Creo que lo mejor será esperar al viernes —respondió ella, con cierta vacilación—. Ya está fuera de peligro y… bueno, no tienes que viajar, Edward, yo no…
—Quiero hacerlo —cortó él repentinamente—. En serio, Bella, yo…
¿Edward Cullen sentía timidez? En aquellos momentos se sentía el ser más idiota sobre la faz de la Tierra.
—D-de a-acuerdo —balbuceó la joven Swan como única respuesta.
El día escolar pasó para el joven Cullen tortuosamente. El tenso ambiente que se generó en el viaje en coche con su hermana se extendió hasta salón de clases, donde Jasper y él se dedicaron a evitarse frente a la confundida mirada de Emmett. Alguien debía explicarle lo que sucedía, pero ciertamente no sería él. Ya se sentía lo bastante torturado y cabreado por sus pensamientos como para tener que exponer la situación en voz alta. Cuanto más lo pensaba, menos lógica le encontraba.
—¿Entonces os iréis este viernes? —preguntó el joven McCarthy, mientras cogían algo para comer.
—Así parece —respondió Edward, buscando la usual mesa disponible—. Como su padre ya está fuera de peligro, la madre de Bella insistió en que no perdiera clases.
—¿Un viaje del amor, quizás? —inquirió Emmett sugestivamente.
—No estamos en nuestro mejor momento, Em —aseguró secamente Edward, terminando cualquier conversación relacionada con Bella.
Era difícil tener que guardarse las cosas para él mismo en situaciones así. Después de aquella particular confesión que había tenido con Bella, Edward tenía una leve necesidad de hablar con alguien sobre sus problemas amorosos. Aquel alguien usualmente hubiese sido Jasper; pero los sucesos de los últimos días y su inquebrantable orgullo le impedían acercarse a su compañero, incluso cuando se moría por hacerlo. Como segunda opción estaba Emmett, pero él nunca había sido exactamente el tipo de amigo con el que se podía compartir problemas amorosos. Edward adoraba al joven McCarthy, pero sabía que su humor pícaro y sus bromas de mal gusto no eran lo mejor cuando uno tenía auténticos problemas del corazón.
Oh, que marica había sonado eso.
Esa tarde, los muchachos del equipo de basquetbol tuvieron que quedarse a entrenar, ya que el partido volvería a jugarse en dos semanas y querían estar realmente preparados para ello. Edward aún tenía la muñeca delicada, pero eso no fue un impedimento para meterse en el pequeño partido amistoso que habían organizado sus compañeros. Dejando su posición de point guard y ubicándose un poco más atrás, el joven Cullen empezó a dar instrucciones y se dividieron en dos equipos. Comenzaron un amistoso partido usando como distintivo unas viejas pecheras guardadas en los vestuarios. Jugaron un par de minutos, hasta que Edward decidió hacer un despectivo e innecesario comentario, clavando sus ojos en Jasper:
—No está permitido que haya observadores en la práctica.
Jasper siempre había sido el único que tenía permitida la entrada. No sólo era uno de los mejores amigos del capitán, sino que, además, solía tener buenas estrategias que el equipo luego podía aplicar. De hecho, el joven Whitlock había sido el responsable de grandes jugadas que los habían llevado a la victoria, aunque Edward no fuera capaz de admitirlo en ese momento.
—¿Ed, qué demonios estás diciendo? —preguntó Emmett, confundido—. Jasper puede quedarse. Él es el de las buenas ideas.
—Cualquiera puede tener buenas ideas —aseguró Edward se mala manera, sin quitar los ojos del joven Whitlock.
Jasper se puso de pie y se acercó un poco a él, haciendo un frío contacto visual.
—Ya me voy —aseguró el rubio—. De cualquier forma, aquí tienen al rey de las estrategias y las triquiñuelas.
—¡Oh, mira quien habla de triquiñuelas! —exclamó Edward, con furia—. ¡Tú sabes esconder las cosas mejor que nadie!
—¡Hey, vosotros dos! —gritó Emmett, con voz atronadora—, ¿podéis parar con el numerito? No sé que demonios os pasa pero estáis actuando como un par de imbéciles.
Edward se sacó la pechera rápidamente.
—Me voy a casa —anunció—. Emmett, hazte cargo del entrenamiento.
Edward abandonó el gimnasio con las voces detrás de él y atravesó el campo para dirigirse a los vestuarios. Echándose una chaqueta sobre el uniforme, cogió sus cosas y volvió a caminar a grandes zancadas hasta su automóvil. Poniendo el estéreo a un volumen ensordecedor y conduciendo a una velocidad disparatada, el joven Cullen se dirigió a su casa. Ni siquiera prestó atención al camino, cegado por la ira y los desesperados deseos de encerrarse en su habitación.
Cuando ingresó a la vivienda, Edward trasladó sus cosas al segundo piso y desparramó todo sobre su cama. Sin importarle demasiado el espacio, se dejó caer el también sobre el cubrecamas y hundió su cabeza en la almohada. Tantas preguntas sin respuesta había en su cabeza que estaba comenzando a sentirse un idiota. Edward Cullen odiaba aquel sentimiento de inseguridad, de desprotección total. Así se sumió en un sueño que podría haber durado minutos u horas, no lo sabía. Sólo se despertó cuando escuchó un golpeteo en la puerta.
Alguien llamó a la puerta, obligándolo a alzar la cabeza.
—Adelante.
—¿Edward?
Oh, no. No Alice.
La pequeña ingresó a la habitación tímidamente, sentándose a los pies de la cama. Edward se incorporó y se pasó una mano por el cabello y por el rostro.
—Alice, puedo hacerme una idea sobre el tema de la conversación que quieres tener, pero déjame decirte que ya he tenido suficiente por hoy —habló rápidamente—. Por favor, evítame la culpa que tendré luego después de discutir contigo.
La muchachita rodó los ojos y se puso de pie.
—Eres un imbécil, ¿sabes?
Edward intentó ocultar su sorpresa con una fachada de cansancio.
—Sí, ya me lo habían dicho alguna vez.
Alice se fue y el muchacho volvió a acomodarse en su cama, donde perdió nuevamente la conciencia por tiempo indefinido. Cuando volvió a levantarse, la tranquilidad de la casa le pareció majestuosa. Acompañado de aquella extraña calma, se levantó y se dirigió al baño a darse una ducha caliente para despejarse un poco. Cuando acabó con ello, reconfortado por la sensación del vapor a su alrededor, abandonó el cuarto con una toalla amarrada a su cintura. Se dirigió a su habitación y tomó algo de ropa, decidido a buscar signos de vida por la casa. Como supuso, de cualquier forma, Bella se encontraba en la sala, con un libro entre sus manos y algunos papeles en la mesilla. Alice posiblemente estaba en su estudio o en su habitación.
—¿He dormido mucho? —preguntó el joven, rascándose la cabeza.
—Unas dos horas.
Aún la conversación parecía incómoda entre ambos. Edward sabía que allí había muchos puntos que aclarar, pero no se atrevía a continuar lo que había comenzado. Con toda la fuerza de voluntad del mundo, sólo se atrevió a preguntar:
—¿No me dirás nada sobre lo que dije ayer?
No necesitó aclarar nada. Bella sabía perfectamente a qué se refería.
—Yo… bueno… yo te he dicho como me siento al respecto, Edward —balbuceó.
El muchacho sintió como la frustración alcanzaba todos los rincones de su cuerpo. Se sentó junto a la joven Swan y la miró intensamente a los ojos. Él sabía a la perfección que la muchacha no era indiferente a su cercanía, pero no podía encontrar la manera de hacerle entender que era algo que sobrepasaba lo físico. Cogió su mejilla y sintió el cuerpo de su acompañante tensarse inmediatamente.
—Pero… yo te quiero, Bella —susurró él, en un nuevo y extraño ataque de sinceridad—. ¿Cuántas veces voy a tener que decirte que tú no eres como las demás?
Bella no respondió. De hecho, no volvió a hablar con él hasta el viernes, día en que viajaban a Jacksonville. La muchacha había insistido para que él no fuera, pero Edward encontraba en el viaje no sólo una buena oportunidad para demostrarle a Bella que él siempre estaría cuando lo necesitara, sino también para huir de sus problemas y todos los asuntos pendientes que había dejado en New Haven. El problema con Jasper y Alice lo traía de los nervios y no tenía una solución oportuna para ello. La negación no estaba funcionando, por lo que necesitaba pensar una buena forma de evitar que aquello se le fuera de las manos. Una locura como ese romance no podía estar sucediendo. Jasper tenía razón cuando decía que para el amor no había edad, pero todo cambiaba drásticamente cuando ese amor era el de tu mejor amigo con tu hermana menor, la que por cierto tenía cinco años menos.
Mientras atravesaban el aeropuerto Tweed, Edward se estremeció ante el pensamiento de Jasper y Alice juntos.
—¿Tienes los calmantes? —preguntó Bella suavemente, una vez que ambos habían despachado el equipaje.
—Sí, me los tomaré ahora para que hagan efecto.
Efectivamente, eso fue lo que hizo el muchacho cuando faltaban sólo minutos para que abordaran el avión. Cuando llegó al asiento que le correspondía, sentía su cuerpo flojo y unas enormes ganas de dormir, incluso cuando estaba inquieto por la idea de estar dentro de uno de esos horribles transportes. Escuchó el bullicio a su alrededor por tan sólo unos pocos instantes, ya que pronto el sueño comenzó a apoderarse de él, hasta el punto de sumirlo en la tranquilidad de la inconciencia.
Así pasó el viaje para él.
—Edward… Edward…
El muchacho se removió, intentando acallar aquella voz.
—Edward, hemos llegado.
—¿Hm?
—Estamos en Jacksonville, Edward.
Oh, sí, el viaje. El muchacho se incorporó dificultosamente, encontrándose con el pálido rostro de Bella. Una sonrisa bobalicona se pintó en sus labios mientras intentaba ponerse de pie y coger el escaso equipaje de manos que ambos habían llevando, aún algo adormilado. Dando extraños tumbos por el corredor del avión, el joven Cullen logró bajar, escoltado por su joven y encantadora niñera. El sol de Jacksonville los recibió a ambos, invitándolos a salir del aeropuerto.
Después de realizar el trayecto hasta el hogar de los Swan, Bella y Edward cogieron sus cosas y esperaron frente a la puerta. Renée los recibió con una enorme sonrisa, proporcionándoles un gran abrazo a ambos. Edward, sorprendido por la actitud, le devolvió el gesto a la madre de Bella y pensó, por un instante, lo bueno que hubiese sido que la joven Swan hubiese heredado un poco más de aquel desenfado que su madre poseía.
—¡Oh, Edward, qué bueno que hayas acompañado a Bella! —comentó animadamente la mujer, mientras ingresaban a la casa.
El muchacho pensó que aquello tenía un doble sentido. Sin embargo, la idea quedó eclipsada al pensar en la extroversión de Renée; posiblemente ella estaría feliz de recibir a cualquier persona que fuera allegada a su hija. Y quizás también a los que no lo fueran.
—¿Papá está arriba? —preguntó rápidamente Bella.
Su madre asintió y los guió por el corredor que el joven Cullen ya había transitado en su última visita. Cuando llegaron al final, Renée empujó una de las puertas y Bella entró rápidamente. En la cama doble, el jefe Swan ocupaba el lado derecho, por lo que su joven hija se sentó de la izquierda y cogió su mano.
—¿Cómo estás? —preguntó rápidamente la muchacha.
—Muy bien, hija —respondió él, y luego sus ojos se posaron en el joven intruso.
—Oh, papá, creo que recuerdas a Edward Cullen, ¿cierto? —balbuceó Bella incómodamente.
—Sí —aseguró él hombre, cortante, mientras lo observaba fijamente.
Edward quedó con la leve impresión que no era del agrado del jefe Swan, ni siquiera un poco. Afortunadamente, antes que el hombre pudiera atravesarlo con la mirada, el teléfono móvil del joven Cullen sonó y, excusándose rápidamente, el muchacho tuvo una excusa para salir de la habitación. Cogió el ruidoso aparatito de su bolsillo mientras se metía en lo que recordó como el cuarto de Bella, cuya puerta se encontraba abierta y perfectamente accesible. Las azules paredes lo envolvieron y le transmitieron cierta calidez por algunos instantes.
Cuando leyó el nombre en la pantalla, el muchacho suspiró antes de responder:
—Hola, Tanya.
¿Creo que me debes unas explicaciones, cierto? —preguntó, en un tono peligrosamente agudo.
Oh. ¿Por qué aquella frase le sonaba terriblemente familiar?
Ah, cierto, la había escuchado una docena de veces en los últimos días.
Rosalie Hale me ha contado algo particularmente interesante —murmuró Tanya, destilando veneno en cada una de sus palabras.
Edward suspiró. ¿Acaso la jodida novia de su amigo quería arruinarle la vida?
—¿Cómo la conoces?
Tenemos amigos en común.
Después de la seca respuesta de Tanya, ambos se quedaron en silencio. Edward comenzó a pasear por la habitación, pasando ocasionalmente las manos por su cabello y por su rostro. El libro de las respuestas improvisadas para salir de situaciones incómodas, que el joven Cullen parecía tener siempre bajo su brazo, estaba comenzando a fallarle en el último tiempo. Quizás el mismo no estaba preparado para tantos sobresaltos juntos en un período tan corto.
—No sé lo que se supone que debería decir en este momento —cuchicheó el muchacho, con total honestidad.
¿Que eres un idiota, quizás? —propuso la joven irónicamente.
—Lo soy —admitió. Ya se lo había dicho tanta gente, que realmente comenzaba a creérselo él también.
¿Dónde estás? —exigió Tanya con un gemido—. ¡Quiero que hablemos cara a cara!
Oh, no, ¡él no caería en esa frase tan oportuna! Él conocía eso de arreglar las cosas cara a cara cuando chicas como Tanya Denali lo decían. Generalmente era algún tipo de sinónimo de «nos juntaremos, hablaremos e intentaré que de alguna forma u otra volvamos a liarnos». Edward realmente no quería volver a pasar por eso.
—Estoy en Florida, cuestiones personales —explicó formalmente. Paseó sus ojos por la habitación y se encontró con la mirada inexpresiva de Bella, de pie bajo el marco de la puerta—. Debo cortar. Hasta luego.
Pero…
El muchacho cortó la comunicación mientras se acercaba a la joven Swan; ya tendría tiempo de arrepentirse de ello luego. La joven ingresó a la habitación y se sentó sobre la cama, apoyando las manos sobre sus rodillas. Edward siguió su ejemplo y se sentó junto a ella, con el teléfono móvil aún entre sus manos. Los ojos de Bella se clavaron en él y, después de unos escasos segundos de observación, preguntó:
—¿Era Esme?
El muchacho negó suavemente.
—¿Alguna de tus novias? —preguntó, con un leve dejo de tímido sarcasmo.
Edward la observó a los ojos y por un momento creyó perderse en ellos. Entonces las palabras salieron naturalmente de su boca:
—Terminé con todas y cada una de ellas.
Bella lucía sorprendida, incluso cuando parecía estar intentando ocultarlo.
—¿Cómo? —preguntó suavemente.
—Bella, no te he mentido cuando te he dicho que te quiero sólo a ti —aseguró Edward, incluso cuando le resultara difícil pronunciar esas palabras que se había negado a repetir.
—Yo… —ella realmente parecía bloqueada—. Significa mucho.
Edward no comprendió del todo el significado de aquella frase, pero no pudo resistirlo más. La besó tenuemente en los labios, disfrutando del mínimo contacto entre ambos. Sin necesidad de apurar o intensificar las cosas, prolongó el suave y lento beso todo lo que pudo. Luego se puso de pie para salir de la habitación, con una extraña sensación en su estómago. De un momento para el otro, parecía que todos los problemas se habían esfumado. Cuando sus labios habían hecho contacto con los de Bella, el muchacho había sentido en su interior como todas las preocupaciones se alejaban a una velocidad asombrosa.
En sus últimos años de adolescencia, Edward Cullen nunca había pensado que un beso tan casto podría causarle tantas emociones.

¡Hola, hola! Bueno, como hemos visto los problemas para Edward siguen y no sabe muy bien como solucionarlo. En mi opinión personal, sus chicas y su hermana tienen razón, se está portando como un verdadero iditoa. Pero, bueno, ¿quién no lo ha sido alguna vez?
Como muchos ya han leído por ahí, ya estoy trabajando en el nuevo proyecto y mentiría si dijera que no tengo una gran ansiedad por comenzar a publicar y saber que piensan. Sin embargo, tiempo al tiempo; una vez que termine esta historia —la cual no creo que sobrepase los 30 capítulos— comenzaré con la otra.
Bueno, como siempre, saben que sus reviews son lo más lindo que puede haber. Me encanta que se enganchen con la historia y que hagan suposiciones y demás. Nunca había tenido tantos lectores en una historia y es una sensación realmente reconfortante. Me encanta que me hagan saber todo lo que piensan, porque son las críticas y los buenos deseos los que ayudan a los escritores de FF a mejorar.
En fin, nos leemos la semana siguiente, cuando deje de ser una mujer libre jaja. Saben que adoro extenderme con las notas de autor, pero tengo una amiga furiosa que está esperando que la peinen jaja.
¡Saludos para todos! Disfruten mucho del fin de semana.
LadyC.

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